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Van y vienen cargados de palabras
CARMINA BURANA NO TENIA PALABRAS
Carmina Burana no tenía palabras. Escuchaba las palabras de todos.
También las sentía:
Sentía palabras dulces. Y otras saladas como las olas.
Palabras blandas como almohadón. Y duras como hierro.
Cuando Carmina Burana abría la boca para decir “playa”, la arena la envolvía con un remolino. Si decía “pájaro”, los benteveos, calandrias y mirlos revoloteaban a su alrededor. Pero nadie oía sus palabras. Ellas volaban como mariposas en el silencio de la siesta. Era como si la bruma del mar absorbiera los sonidos de su garganta de oro y un velo de gasa rodeara la silueta de la niña.
Carmina Burana se internaba en el bosque y se callaba. Pisaba el colchón de hierba y pinocha. Se sentía transparente y liviana. Escuchaba las ramas que crujían, las hojas que temblaban, sus pasos leves, su corazón que latía agitado.
Carmina Burana tenía el pelo negro, los ojos curiosos y la voz asustada.
Por la mañana caminaba por la playa dorada. A la tarde prefería leer a la sombra de los árboles. Cuando leía soñaba. Cuando soñaba cantaba.
Un día se despertó cantando y el bosque hizo silencio, el mar se quedó calmo, los amigos sonrieron y la abrazaron con una ronda de estrellas. Desde ese día Carmina Burana tuvo las palabras para decir:
¡Hola!
Los quiero mucho.
Soy feliz.
A borbotones salían las palabras. Un mar de olas encrespadas…
Carmina Burana, la niña de pelo negro, los ojos curiosos y la voz asustada, se interna en el bosque y canta. Los amigos la siguen. Ahora todos escuchan sus palabras. El viento las despliega como un velo de bruma, como bruma de gasa.
Ella deshace su trenza negra y canta.
maríacabanne7@gmail.com
mar de las pampas 2010