Hace algunos años les llevé a mis estudiantes de
secundaria una nota sobre Isol, una jovencita que era música, tenía una banda y
además ilustraba y escribía libros.
Mi objetivo era mostrarles que la literatura no está pasada
de moda, que no aburre, y que abre ventanas a la libertad de la creación si una
quiere.
Isol quiso. Con herramientas de niña, mirada y corazón de
infancia empezó a recorrer un mundo de amarillos y celestes, de negros y
fosforescencias, de mascotas y peques que hacen sonreir a abuelos, hermanos
mayores y patos si es el caso.
Y tan universal es el mundo que construye que ha logrado que
la mirada rubia de los expertos suecos la lean, la miren, la premien. El Astrid
Lindgren confirma la irreverencia.
Desde ayer su foto y las de sus ilustraciones navegan la red
de los que amamos los libros. Su retrato se repite con sonrisa generosa, ojos
inquisidores, cejas imponentes y la música se le enreda en el pelo castaño.
Isol escribe la vida oscura o luminosa, rebelde y cariñosa
que nos habita a todas y todos, aquí abajo en el planisferio, o allá arriba
donde los suecos premian.
0 comentarios:
Publicar un comentario