El Libro álbum se caracteriza por provocar la participación
del lector. El código lingüístico y el
icónico interactúan creando sentidos que se complementan y que, a veces, hasta
se oponen. El relato dice algo y las imágenes lo desmienten.
Si en un comienzo las ilustraciones contribuían a aclarar
sentidos, describir personajes y escenarios, actualmente las imágenes toman la
fuerza del lenguaje de películas e historietas y proponen el descubrimiento de
las historias que expresan las paletas, los márgenes, los planos, los puntos de
vista.
A veces los temas se repiten, como en el caso de los temores
nocturnos que describe Liniers, en Lo que hay antes de que haya algo, de
Pequeño Editor. El pequeño paradito en la cama parece preguntarse acerca de la
nada, de la oscuridad, de las ramas amenazantes que dibujan la tipografía del
título.
La imagen del pequeño en picada, los fragmentos de los
cuerpos del padre y la madre, las sombras inquietantes, desestabilizan el
espacio infantil. Ni el osito de peluche sonríe en la biblioteca. Se apagan las
voces de papá y mamá, se apagan las luces, y se apaga también la tranquilidad
que les otorga a los pequeños la presencia adulta. Se suceden apariciones de
monstruos ¿monstruosos? que lo contemplan y lo rodean silenciosos. Pero eso no es lo peor.
El niño se hunde en su cama y se tapa bien tapadito porque ya sabe que pronto aparecerá
el único que habla; ese que repite en silencio las palabras de la nada. Y
entonces salta de la cama, corre hasta el cuarto de los padres, y se mete en la
cama protectora, con la caricia de la mamá y la voz que le asegura que tan solo
es su imaginación y que la imaginación es buena. Y en la tibieza nocturna se
aparece un personaje azul con su paragüitas negro que lo contempla desde el pie
de la cama.
Qué bueno que al niño del cuento le ocurra lo mismo que al
niño lector. Qué bueno que su imaginación le juegue malas pasadas, qué bueno
que los adultos acompañen con palabras y gestos. ¡Qué mala la oscuridad con
monstruos!