EL TREN DE LAS SEIS
María Cabanne
María Cabanne
Suben para mirarla. Se ríen nerviosos, se tropiezan, se empujan, se arrebatan. Las zapatillas perdieron los cordones. Ella lleva un delantal de espuma, un ramo de fresias olorosas. Puntillas blancas rodean el bolsillo que esconde tesoros deslumbrantes: un chicle, un sacapunta, un lápiz, un pétalo aplastado. Mastica distraída una manzana roja. En su falda descansa un bolso cargado de cuadernos de otros chicos, con desayuno y delantal. Ellos se ríen nerviosos, se tropiezan, se empujan, se arrebatan.
Un día se animan y se sientan enfrente de ella; y ella, “la seño”, les sonríe.
- Hola – se anima el rana
- Hola. ¿No es hora de estar en la escuela?
- ………
- ¿Quieren escuchar un cuento?
- Dale…
Carolina abre el bolso y saca un libro grande, de tapas duras y brillantes con dibujos de brujas, murciélagos y gatos. El libro huele a agua de colonia. Los chicos se codean y se ríen inquietos. El traqueteo del vagón acompasa la voz de Carolina; y los acaricia con la historia. Los chicos se aflojan lentamente; escuchan los maullidos negros que saltan entre los respaldos y la risa espeluznante de la bruja esquelética y buena que rebota en los rincones. La B de bruja Berta, regordeta y oronda se quedará prendida en la memoria como una escarapela rutilante. Un chirrido los empuja a la vida cuando el tren se detiene; y se bajan corriendo, trastabillando. Desde el andén la miran, le sonríen, le gritan “hasta mañana” y saltan abrazados como si estuvieran en la cancha festejando un gol. Carolina es un hada de cabello largo y negro. Esta noche soñarán con ella, y con la bruja flaca y la “B” regordeta.
Al día siguiente se acerca el tren al andén y todos se preparan: los pasajeros para volver a casa y los chicos para buscar a Carolina. Sienten cosquillas en los pies. Escalofríos.
Esta vez Elmer se apretuja en el vagón. El elefante de colores se siente felíz entre los chicos; salir un rato del libro y estirar la trompa por la ventanilla le resulta enormemente divertido. E-le-fan-te. ¡Cuántas letras bonitas, alegres y de curvas suaves para los chicos de desayuno y delantal!
Los chicos de la calle, los chicos sucios, los chicos peligrosos. El delito los atrapó de noche; la miseria los secuestró pero nadie paga su rescate. Carolina se acomoda el pelo detrás de la oreja para espantar las voces grises. De su bolso saca tres cuadernos y tres lápices, tres gomas. Los deditos torpes suben y bajan manchando la hoja, le doblan las esquinas, la rompen con la goma. Arrodillados en el piso, apoyan los cuadernos sobre el asiento convertido en pupitre como por arte de magia. La mano de “la seño” les enseña a andar por un camino firme de renglones derechitos como las vías de la estación de tren. La Z del Zorro les da mucha risa, mucho ruido en la panza.
Carolina camina las cuadras cercanas a la estación sin prisa. Se concentra en el ruido dorado de las hojas de plátano bajo sus pasos; aspira el olor fresco a eucaliptos, la oscuridad no la inquieta. Cuando llega a su casa, abre la puerta suavemente. Lara, Male y Yaquito la abrazan.
- ¿Nos trajiste el cuaderno, má?
- No; les traje un dinosaurio enorme, descomunal, gigantesco…¡que los va a comer con papita y perejil!
Y los cuatro corren alrededor de la mesa hasta caer extenuados de risa y de cansancio y Carolina saca un libro de su bolso y lee: “Había una vez…..” Mientras los chicos preparan la mesa, ella pisa las papas y el zapallo Un poquito de sal, un chorrito de aceite. Un dinosaurio sonriente espera sentado a la mesa, la mejor de las porciones.
- Hmmm ¡qué rico má!-
Un ruido tintineante de vasos y tenedores y platos adormece la escena.
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El rana, en la estación Carranza, no se puede dormir. Su cama de diario y de cartón se dobla y se desdobla. Una moneda rueda brillante a lo largo de su brazo. La campanada del andén retumba en sus oídos. Se le manchó la hoja y “la seño” seguro que va a retarlo;… pero no, seguro que no…
Publicado en El Chasqui. Tapa Nª 106
Mar de las Pampas 2009
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