Migue usa los anteojos a lo John Lennon. Flaco, dulce y distante como el ídolo deambula con la guitarra al hombro por la 3. Va con dos amigos hacia el bosque Norte donde vive con los viejos. Serpentean entre los pinos, caminan por el parque mojado de rocío. Vuelven al cuarto del fondo – adolescente bastión de independencia - para zappear lo que resta de la madrugada.
Las paredes están cubiertas de fotos de la Rolling: Marley, Charly, Luca, Cobain, U2 conviven formando un bunker de ilusión para el telonero, el poeta, el solista, el motoquero repartidor de pizza que organizó la primera rebelión anarco del “gremio” y se quedó patitas en la calle de la noche a la mañana. Aunque no se lo vaya a confesar nunca, el padre, profe de historia, se acostó esa noche con los ojos brillantes como cuando Migue hizo los primeros pasos y se abrazó a su pecho para no caerse de culo.
- Tengo algo para leerles… Los tres se tiran sobre el colchón y los almohadones pintados por la mamá cuando todavía tenía doce y las noches eran otra cosa.
- In the sun
the butterfly wings
Like a church window
the butterfly wings
Like a church window
- ¿Lo escribiste vos?
- No. Es un Kerouac legítimo. Quiero ponerle música.
La guitarra roja y naranja de Migue aletea. La vida breve como el haiku se eterniza en belleza y melodía. Aún no puede contar con las palabras pero, por suerte, tiene la música y los amigos.
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