La Feria del libro es un mercado. Y en un mercado podemos encontrar productos de mucha calidad y otros no tanto. Huyamos de los secretos de Violeta, porfi. También el público comprador o espectador puede ser un lector informado, un lector amateur y un no-lector. Esto permite que escuchemos frases como: ¿Quino firma? ¿Quién es Quino? ¿El de Gaturro? O ¿Mamá, Mafalda está buena? No sé querida, no la leí, responde la señora mientras espera en una cola serpenteante que Quino le firme un ejemplar.
La Feria es también un espacio de encuentro, de comunicación, que permite mirarnos con ojos cómplices cuando dos desconocidos nos fascinamos ante un mismo ejemplar.
La Feria es el lugar de los recuerdos si la recorro con mis hijos y nos detenemos en el stand del FCE y acariciamos juntos los libros de la colección A la orilla del viento, que acompañaron tantas noches de lectura susurrada en la almohada.
La Feria es el sitio de encuentro con mis hijos jóvenes que me hablan de sus lecturas nuevas y ahora son ellos quienes me recomiendan los autores a degustar. Si a Coetze, Auster, Almudena Grandes los leímos a la par, Pynchon o Kerouac son sus descubrimientos propios. El periodismo, el cine, la lectura de género, la filosofía tejen otros senderos de charlas.
Anagrama o Tusquets, Calibroscopio o El Fondo. Son como los cafés preferidos. Espacios de intercambio para cargar la mochila aunque la tarjeta duela. Porque unas horas más tarde la montaña en la mesita de luz crecerá para que el insomnio no sea pesadilla, y el librito de Kveta Pacovska sobre El pequeño rey de las flores pasará de mano en mano cuidadosas asomando de su cajita ventana, estallando de colores, con pájaros que vuelan y brillan como en mi bosque.
Veille d’inspection
Hace 13 años
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